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GABRIEL GARCÍA MARQUEZ

Un poco de su vida

Gabril Gacía Marquez nació en Aracatana, Magdalena el 6 de marzo de 1927. Durante su infancia creció como hijo único junto a sus abuelos y tías, pues sus padres a Sucre donde su padre Gabriel Eligio abrió una farmacia y su madre Luisa Santiaga daría a luz a once hijos.

En 1947, se traslado a Bogotá para estudiar derechos en la Universidad Nacional. Allí conoció a su buen amigo Camilo Torres. "La capital del país fue para García Marquez la ciudad del mundo (y las conoció casi todas) que más lo impresionó, pues era una ciudad gris, fría, donde todo el mundo se vestía con ropa muy abrigada y negra. Varios elementos marcan ese periplo: se profesionalizó como escritor literario, y sólo después de casi veintitrés años reanudó sus colaboraciones en El Espectador." Tomado de http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/

Premio nobel de literatura

El 21 de octubre de 1982, Gabriel García Marquez recibió la noticia que la Academia Sueca acababa de otorgarle el Premio Nobel de Literatura. La concesión del Nobel fue todo un acontecimiento cultural en Colombia y en Latinoamérica. El escritor Juan Rulfo opinó: "Por primera vez después de muchos años se ha dado un premio de literatura justo" Tomado de http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/garcia_marquez/

 

Últimos años

Tres años después de haber ganado el premio Nobel, publicó una de sus mejores novelas, El amor en los tiempos del cólera (1985). Tras algunos años de silencio, en 2002, presentó la primera parte de sus memorias.  

 

En 2004 escribió su última novela, Memorias de mis putas tristes. A sus 80 años, celebró el aniversario de Cien años de soledad. Falleció el 17 de abril del 214 en Cuidad de México.

UN DÍA DE ESTOS

Por: Gabriel García Marquez

 

El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.

Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.

Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.

-Papá.

-Qué.

-Dice el alcalde que si le sacas una muela.

-Dile que no estoy aquí.

Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.

-Dice que sí estás porque te está oyendo.

El dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo:

-Mejor.

Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.

-Papá.

-Qué.

Aún no había cambiado de expresión.

-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.

Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.

-Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.

Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:

-Siéntese.

-Buenos días -dijo el alcalde.

-Buenos -dijo el dentista.

Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y abrió la boca.

Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.

-Tiene que ser sin anestesia -dijo.

-¿Por qué?

-Porque tiene un absceso.

El alcalde lo miró en los ojos.

-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no lo perdió de vista.

Era una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo:

-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.

-Séquese las lágrimas -dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.

-Me pasa la cuenta -dijo.

-¿A usted o al municipio?

El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.

-Es la misma vaina.

FIN

ANÁLISIS

  • Personajes: Don Aurelio Escobar, dentista sin título y buen madrugador. “Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.”

  • Tiempo: Un lunes tibio y sin lluvia. Presente

  • Espacio: Su gabinete. “Tenía una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre.”  

  • Trama: El alcalde de la ciudad decide ir al odontólogo para que le saquen una muela. El dentista no lo quiere atender, entonces el alcalde lo amenaza y le dice que si no lo atiende le pega un tiro, entonces decide atenderlo. Luego, el dentista le dice que tiene que sacarle una muela sin anestesia ya que tiene un absceso.  El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura, dijo: Aquí nos paga veinte muertos, teniente.  Finalmente, el alcalde le pide  la cuenta. Don Aurelio le pregunta si lo cobra a el o al municipio, y él responde que da lo mismo.

  • Con este cuento de García Márquez, podemos ver reflejada la realidad que vive latino américa. Por ejemplo, las amenazas y el robo de la plata del gobierno que es utilizada para beneficios personales. Es decir, en vez de que el gobierno invierta en problemas más relevantes y comunes, gasta dinero en problemas superficiales y personales como “una muela mala del alcalde”. La cita del cuento que complementa esta idea es:

“-Me pasa la cuenta -dijo el alcalde.

“-¿A usted o al municipio?

El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.

-Es la misma vaina.”

Nuestra identidad se ve afectada a raíz de que nosotros los colombianos vivimos en un país donde siempre estamos viendo cómo nos roban y no hacemos nada al respecto. Estamos tan acostumbrados a una realidad cotidiana, y que pensamos que los problemas que nos afecta a todos los colombianos es algo ‘natural’.

Referencias:

Imagen: 

Gabriel García Marquez (centro) con sus hermanos (Aracatana, 1935)

Entrega del premio nobel (1982)

Gabriel García Marquez

Entrega del premio nobel (1982)

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